ARABISMOS
Cuando el presidente del
Gobierno dijo aquello de que «los españoles son muy españoles y mucho…
españoles» pareció olvidar el pasado de mestizaje que nos caracteriza y que nos
ha hecho tal como somos. Así que sí, somos españoles, pero lo de «mucho» vamos
a ponerlo en duda: también somos un poco romanos, un poco bárbaros y un
poco moros.
En
español tenemos unos 4.000
arabismos, algunos en desuso pero otros muy vigentes.
Detectarlos no es tan fácil, fuera de los ya conocidos o aquellos que empiezan
por al- y que enseguida nos hacen sospechar de
su origen no latino. Pero hay otros muchos términos que tienen una raíz árabe
que saben disimular muy bien.
Los
gitanos en el Sacromonte de Granada, dice la Wikipedia, bailanzambras (zamr), esos bailes
flamencos y sensuales que llegaron a estar prohibidos en nuestro país hace unas
décadas y que el Diccionario define como la fiesta que usaban los moriscos con
bulla, regocijo y baile. No es de extrañar que con tanto jolgorio se produjera algazara, ese ruido de
muchas voces juntas que por lo común nace de la alegría y de la palabra árabe
hispánica alḡazara (locuacidad),
y esta a su vez del árabe clásico ḡazārah (abundancia).
Guardamos
en la alcoba (qubbah) nuestros secretos
más íntimos, colgamos en la puerta del baño el albornoz (burnūs) y nos tumbamos
obedientes en el diván (dīwān) de nuestro
psicoanalista. Fijamos nuestro peinado con laca (lakk) y más de una pinta
sus labios colorcarmesí (qarmazí)
para salir a la calle a comerse el mundo.
Más
rico o más obrero, todos hemos crecido en un barrio (barrī) y nos hemos perdido
por los arrabales de la ciudad (rabaḍ) temerosos de
encontrar en la oscuridad de un callejón a algún asesino (ḥaššāšīn). Curiosa palabra
esta, asesino, que en árabe
significaba «adicto al cáñamo indio» o lo que es lo mismo, al hachís (ḥašīš), eso que fumamos a
escondidas para alegrarnos un poquito el alma. Los ḥaššāšīn cometían sus atroces crímenes
puestísimos de ese estupefaciente .
Cuando
tenemos hambre, nos hacemos una sopa de fideos (fidáwš), asamos berenjenas (bāḏinǧānah), cocemos zanahorias (safunnárya) o abrimos una
lata de mejillones en escabeche (assukkabáǧ). El pan
que comían nuestros abuelos se cocía con mimo en las tahonas (aṭṭāḥūn[ah]). Cocinamos
con el aceite (azzayt) que se produce en
las almazaras(ma‘ṣarah).
¿Y qué hay del postre? Una raja de sandía (sindiyyah) o unsorbete (šarbah) de limón (laymūn). Si hemos bebido
agua, la hemos servido en una jarra (ǧarrah). Y cuando nos
encontramos mal, pedimos un jarabe (šarāb) que nos alivie el
dolor.
Viajando por la península hemos conocido el Guadalquivir (al-wādi al-kabīr, ‘el río
grande’), Guadalajara (wād al-ḥaŷarah,’ río de piedras’), varias Alcalá (al-qal’at, ‘castillo’), Calatayud (qal’at Ayyub, ‘Castillo de
Ayyub’), Albacete (al-basīṭ, ‘el llano’,’ la
llanura’), Gibraltar (Ẏabal Tāriq, monte de
Tariq) y Madrid (Mayrit, ‘tierra rica en
agua’).
¡Quién
no conoce a Fulano (fulān)! O a Almanzor, que
perdió el tambor(ṭabbūl)
en Calatañazor (Qal`at an-Nusur, ‘Castillo de las
Águilas’). ¡Cuántos machitos no han soñado con tener su propio harén (ḥarīm)!
Nuestras
casas tienen tabiques (tašbīk), paseamos por ramblas (ramlah), aquellos arenales
originarios a los que se refería el término árabe del que provienen. Ya no
usamos norias (nā‘ūrah) para sacar agua
de lasacequias (sāqiyah) ni nuestros
peines son de nácar (náqra), ni nos
embadurnamos de talco (ṭalq) al salir de la
ducha, pero aún vemosnenúfares (naylūfar) en los
estanques, si alguien se pone pesado nos da la matraca (miṭraqah) y a más de uno
nos gustaría encerrarle en la oscura mazmorra (maṭmūrah) de algún ruinoso
castillo. ¡Ojalá (law
šá lláh, si Dios quiere) acaben por siempre las guerras y la
violencia con la que se ejecuta a inocentes de un disparo en la nuca (nuẖā)!
Podríamos
seguir así mucho más tiempo. Basta dar un paseo por el Diccionario para
comprobar cuánto conservamos aún de aquellos árabes que llegaron a la península
para quedarse unos cuantos siglos. ¿Qué hubiera sido de nuestro idioma si su
paso por España no hubiera durado tanto?