Me han encargado una dura tarea. No se trata de
cargar con una pesada piedra como Sísifo ni de mantener a buen recaudo una
valiosa caja como Pandora. No. Es algo más complicado que eso. Se trata de
transmitir a todos aquellos niños que estén dispuestos a escucharme la
verdadera historia de un bondadoso grandullón. Este hombre tenía una gran
responsabilidad, que iba más allá de entregar un regalo a cada niño, pues
consistía en hacerles sonreír. En caso contrario, un pelo de su frondosa barba
se desprendería. Llevaba haciendo ese trabajo desde que sonó el primer
sonajero, pero aquel 24 de diciembre de 1260 supo que sería su último año. Su
pesada barriga comenzaba a arrepentirse de los polvorones que durante su larga
vida había engullido y su corazón tenía ya demasiadas arrugas. Cuando subió al trineo puso en duda si ese
viaje llegaría a su destino, pues la vejez ganaba a la magia, una vez más. Al
día siguiente, millones de lágrimas inundaron cada hogar. Esa mañana cada padre
de familia encontró en su almohada un blanco, mágico y solitario pelo de lo que
antes había sido una frondosa barba. En ese momento, todos los padres
entendieron el papel que debían desempeñar.
Laura
Ortega, 1º Bach. C
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